La Universidad de Aalto en Finlandia realizó una investigación que fue publicada en la revista Cerebral Cortex, revelando cómo distintas formas de amor activan diversas áreas del cerebro.
*Con información de la agenciasinc.es
El amor, desde la mirada de las ciencias sociales, es una construcción compleja y moldeada por fuerzas históricas, sociales y culturales. No existe una única definición consensuada de amor; en cambio, esta emoción se experimenta y se comprende de formas variadas, influenciadas por estructuras sociales como el estatus económico, el poder y las tradiciones culturales.
Según la perspectiva socioestructural, el amor está en parte condicionado por la posición que ocupamos en la sociedad, lo cual influye en aspectos como la elección de pareja y el tipo de vínculo que desarrollamos. Esta teoría ayuda a entender cómo las relaciones amorosas son reflejo de un contexto social específico y no solo de un deseo personal, de acuerdo con el análisis del artículo El amor en las ciencias sociales: cuatro visiones teóricas de Tania Rodríguez Salazar (Universidad de Guadalajara – 2011).
Sin embargo, otras visiones, como las sociohistóricas y de crítica cultural, sugieren que las concepciones de amor han cambiado significativamente con el tiempo, en especial en la modernidad. Estas teorías destacan el creciente papel de la individualidad y la libertad de elección en el ámbito amoroso, donde cada vez más personas buscan relaciones que respondan a sus necesidades personales en lugar de cumplir mandatos tradicionales.
Al mismo tiempo, la crítica social alerta sobre cómo el capitalismo, el consumo y las normas de género también ejercen una influencia sobre lo que entendemos como amor, promoviendo ciertas narrativas mientras dejan otras al margen. En conjunto, estos enfoques sugieren que el amor es tan diverso y dinámico como las sociedades mismas y que su interpretación cambia con las transformaciones de la vida moderna.
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¿Cómo funciona el amor en nuestro cerebro?
Utilizando tecnología de resonancia magnética funcional, los científicos han descubierto que el amor paternal y el amor romántico estimulan intensamente el sistema de recompensa del cerebro, mientras que el afecto hacia las mascotas y la naturaleza activa otras zonas cerebrales.
“Ahora tenemos una imagen más completa de la actividad cerebral asociada a los distintos tipos de amor en comparación con las investigaciones anteriores», explicó Pärttyli Rinne, filósofo e investigador principal del estudio.
En el experimento, los científicos midieron la actividad cerebral de los participantes mientras reflexionaban sobre breves historias relacionadas con seis tipos distintos de relaciones: amor de pareja, amor hacia amigos, amor por desconocidos, amor hacia animales domésticos, amor hacia la naturaleza y amor paternal. Los resultados mostraron que el amor por los hijos y las relaciones románticas generaron la mayor actividad en el sistema de recompensa, una región del cerebro vinculada a sensaciones de placer y gratificación.
“El patrón de activación del amor se genera en los ganglios basales, la línea media frontal, el precuneus y la unión temporoparietal en los laterales de la nuca”, detalló Rinne. Según el estudio, el afecto por los hijos desencadenó la actividad cerebral más intensa, seguido de cerca por las relaciones románticas. “En padres y madres, el amor filial producía una activación profunda del sistema de recompensa en el cuerpo estriado, una respuesta que no se observaba en ningún otro tipo de amor”, afirmó Rinne.
Además, el estudio reveló que la actividad cerebral está influenciada no solo por la cercanía del objeto del amor, sino también por si se trata de un ser humano, otra especie o la naturaleza. El amor compasivo hacia desconocidos resultó ser menos gratificante y provocó menos activación cerebral que el afecto en relaciones cercanas. Mientras tanto, el afecto hacia la naturaleza activaba el sistema de recompensa y las áreas visuales del cerebro, pero no las áreas sociales.
Este estudio ofrece una perspectiva más completa y detallada sobre cómo el amor, en sus diversas formas, impacta nuestro cerebro y proporciona una mejor comprensión de por qué usamos la misma palabra para describir experiencias humanas tan distintas.
Amor por los animales
El estudio, revelador sobre cómo todos los tipos de amor interpersonal activan áreas cerebrales vinculadas a la cognición social, mostró hallazgos importantes sobre el amor hacia las mascotas y la naturaleza. Sorprendentemente, la activación cerebral provocada por los “amigos peludos” resultó ser muy similar al amor entre personas, diferenciándose solo en la intensidad de la respuesta.
«Al analizar el amor por las mascotas y la actividad cerebral asociada, observamos que las áreas relacionadas con la sociabilidad se activaban estadísticamente más cuando los participantes compartían su vida con un animal, en comparación con quienes no vivían con ellos», señaló Rinne.
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Investigación con antecedentes
Este no es el primer intento de Rinne y su equipo por «encontrar» el amor. Su grupo de investigación ha realizado varios estudios para profundizar en el conocimiento científico de las emociones humanas. Hace un año, publicaron un estudio donde cartografiaban las experiencias corporales del amor, vinculando las sensaciones físicas más intensas con las relaciones interpersonales estrechas.
Comprender los mecanismos neuronales del amor no solo puede orientar los debates filosóficos sobre la naturaleza de esta emoción, la conciencia y la conexión humana, sino que los investigadores esperan que su trabajo contribuya a mejorar las intervenciones de salud mental en áreas como los trastornos del apego, la depresión y los problemas de pareja.
El amor como aprendizaje social
Es cierto que, en nuestra era de «individualización», las relaciones pueden parecer un territorio de conexión a medias. Como plantea Zygmunt Bauman, vivimos en una modernidad líquida en la que, aunque buscamos la cercanía de los otros, frecuentemente optamos por no involucrarnos del todo, en un intento de «ganar sin arriesgar».
Esta paradoja refleja cómo el amor no es solo un sentimiento espontáneo, sino también un aprendizaje social. Así, el cerebro desempeña un papel clave, adaptándose y respondiendo a las experiencias y prácticas amorosas que vamos construyendo. La forma en que aprendemos a amar —un proceso que pasa tanto por el entorno cultural como por experiencias individuales— nos permite establecer relaciones sanas o, en contraste, dañinas.
Por eso, es importante entender el amor no solo como una emoción intensa, sino como una práctica que nos ayuda a cuidarnos y cuidar a otros, evolucionando según nuestras propias decisiones y el contexto que nos rodea.
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